sábado, 8 de agosto de 2009

Entre los principios y la realidad


Teresa Forcades

El debate sobre la regulación del aborto es muldisciplinar. Médicos, biólogos, juristas, moralistas, teólogos ... Es difícil encontrar una respuesta acertada sin atender las consideraciones hechas de los diversos ámbitos. Y desde cada una de estas disciplinas tampoco hay respuestas unánimes. La primera parte de este monográfico sobre el aborto son cinco artículos que recogen algunos criterios desde la biología, el derecho, la teología y la doctrina de la Iglesia.


No recuerdo su nombre, pero sí su alegría y vitalidad. Era una chica afroamericana que me decía que estaba embarazada de tres meses y tenía barriga de cinco. Estábamos en Buffalo (Nueva York) y era mi última paciente de aquella tarde al hospital de beneficiencia donde hacía las prácticas ambulatorias. El examen físico confirmó que el embarazo estaba bastante avanzado como para quedar fuera de las leyes de aborto vigentes en ese estado. La chica ya tenía cinco hijos, de tres padres diferentes, y no quería ningún otro. Vivía de la ayuda pública. "¿Por qué no usa anticonceptivos?" "No tolero. Me marean. ¿Me hace el papel? "Tuve que decirle que el embarazo estaba demasiado avanzado y dijo que no sufriera, que le habían hablado de un lugar donde le harían por poco dinero.

En el rotatorio de medicina de familia del segundo año las visitas ambulatorias eran algo más largas. Esta era una chica inmigrante latina que no hablaba inglés. "¿Fuma?" "No". "¿Alcohol?" "A veces". Tercera pregunta del protocolo: "Practica el sexo seguro?" Me miraba sin entenderme. "Quiero decir que si usa preservativo". "A mí me gustaría para no quedar embarazada pero él no quiere". "¿Y por qué no le dice que no?" Me miró incrédula.

La chica afroamericana era obvio que estimaba a las criaturas. Había tenido cinco y no las había abandonado a pesar de que los padres respectivos lo hubieran abandonada a ella, como si los niños no fueran responsabilidad de ellos, los cuidaba a pesar de que ello significara no poder trabajar en ningún trabajo remunerado y representara en la práctica de la realidad estadounidense de ese momento una condena de por vida a la exclusión social ya la miseria. ¿Por qué quería abortar el sexto? Supongo que a pesar de la alegría y vitalidad que había demostrado durante la visita médica esta chica tenía como todos sus límites, y debía haber noches en las que no se encontraba con fuerzas para cuidar de una criatura más. Quizás había tardado tanto en venir al dispensario precisamente porque intentaba convencerse a sí misma que aún podía hacer un esfuerzo más y acoger el sexto.

La chica latinoamericana no se encontraba en la disyuntiva de un aborto, pero parecía tener una vulnerabilidad muy grande delante de su compañero o ante los varones en general. No es un caso aislado. La teóloga alemana Dorothee Sölle denunció ya hace años que la mayor permisividad de las leyes de aborto va unida a una mayor explotación de las mujeres en las culturas donde está mal visto que el criterio de una mujer prevalezca sobre el de un varón , especialmente en el seno de la familia.

Las excepciones a la moral

Entre el mundo de los principios y el mundo de la realidad hay una distancia. Jesús lo sabía. Por eso dijo lo de 'el sábado está hecho para el hombre y no el hombre para el sábado' (Marcos 2,27). Esto no quiere decir que los principios dejen de serlo o que sean relativos. El respeto por la vida humana como don de Dios immanipulable tiene excepciones en la tradición católica que no la debilitan como principio. Por ejemplo, la guerra justa. Los criterios de la guerra justa condonen en la práctica acciones claramente dirigidas a acabar con la vida de personas humanas inocentes. ¿Considera la moral católica de la guerra justa que la vida de los soldados allistados obligatoriamente en el ejército enemigo por sus gobiernos (que quizás son dictaduras) queda exenta del mandamiento de 'No matarás'? ¿Y la vida de las víctimas colaterales que engendra toda guerra (últimamente en proporciones inauditas)?

La respuesta parece ser que las vidas inocentes perdidas en una guerra son justificables sólo cuando la previsión es que no defenderse tendría como consecuencia la pérdida de muchas más vidas que no defenderse, pero, ¿qué decir en caso de esclavitud? ¿Qué dice la moral católica ante el caso (menos teórico de lo que parece) que un nuevo Hitler prometiera respetar la vida de los pueblos vencidos si no ofrecían resistencia a la invasión? ¿Sería en este caso moralmente justificable la guerra en defensa propia? Si la respuesta es sí, ¿dónde queda entonces el principio inviolable del respeto a la vida del otro? Si la respuesta es no, ¿condonar la moral católica la aceptación de situaciones degradantes para preservar la vida?

Reflexionar sobre los implícitos morales de la teoría católica de la guerra justa puede ayudar a evitar en el caso del aborto el fariseísmo de invocar de forma rígida el respeto a la vida como si éste no tuviera excepciones en la tradición moral católica. "Cargan los demás fardos pesados en los hombros y ellos no los quieren mover ni con el dedo" (Mateo 23,4).

En 1992 llegué a los EEUU y quedé escandalizada del grado de violencia expresado por algunos de quienes se manifestaban a favor de la vida y en contra del aborto. En la calle había visto manifestantes con pancartas de fetos abortados llenos de sangre que gritaban que querían la vida e insultos llenos de odio los que no pensaban como ellos. A veces los manifestantes ejercían la violencia física contra las mujeres que querían abortar y se llegó a asesinar a tiros en su coche a un ginecólogo que practicaba abortos y a su acompañante. Volví a Cataluña convencida de que estas manifestaciones eran un fenómeno peculiar de la cultura de los Estados Unidos, sin sospechar que unos años más tarde se pudieran producir fenómenos similares también en nuestro país. Soy consciente de que tanto en EEUU como aquí, quienes se manifiestan con violencia o se cierran en banda son una minoría y doy gracias a Dios por ello. El debate sobre el aborto es complejo. Las personas que quisieran que el aborto no fuera legal tienden a expresar miedos, emociones y reacciones viscerales muy intensas, que en parte son una exasperación justificada ante el relativismo moral centrado en el ombligo de nuestras sociedades hasta ahora tan acomodadas y a la vez tan insatisfechas. Por parte de las personas que defienden la legalidad vigente o querrían incluso ampliar los supuestos, las reacciones a veces son también encendidas y basadas en convicciones profundas, pero habitualmente más bien caen en la superficialidad de quien intenta vivir evitando plantearse preguntas incómodas sobre el bien y el mal.

Las madres

Dios ha puesto la vida del feto mientras no es viable en las manos de su madre (en las entrañas de su madre) y ha vinculado la vida biológica de éste a la vida espiritual de ella. Nosotros haremos bien respetar esta vinculación primaria. Mientras el feto no puede sobrevivir independientemente de la madre, le corresponde a ésta la responsabilidad moral de decidir sobre su futuro, que es también el de ella, ya que la madre no gesta el hijo sólo biológicamente, sino también espiritualmente, con su amor, con su deseo de que este vivo, con la alegría de llevarlo al mundo. Respetar la decisión de la madre es respetar la integridad de su conciencia moral, incluso aceptando que objetivamente se pueda equivocar.

El respeto a la conciencia ha sido una adquisición lenta en la historia de la humanidad. Durante muchos siglos las conversiones religiosas forzadas bajo amenaza de tortura o pena de muerte han sido la orden del día. Todavía existen personas hoy que encuentran incoherente, por ejemplo, que la Iglesia católica celebre el derecho a la libertad religiosa que permite que miles de niños y niñas sean educados en cosmovisiones abiertamente contrarias a la fe cristiana. En pleno Concilio Vaticano II muchos obispos de buena voluntad encontraron absolutamente insensata la propuesta que la Iglesia católica promoviera el derecho a la libertad religiosa en los países donde era mayoritaria, como por ejemplo, España.

Considerar que la voluntad de la madre, cuando decide abortar el hijo que sin ella no puede sobrevivir, debe ser respetada y no puede ser penalizada, no significa que en la sociedad o en la Iglésia no haya de haber debate sobre este tema. ¿Cómo se puede evitar el aborto? ¿Cómo se puede acompañar de la mejor manera posible la mujer que aborta sin paternalismos fuera de lugar, pero también sin minimizar el dolor o la lucha interior en los casos en que ésta se produce? Este debate es fundamental y se ha de producir en ámbitos tan alejados como se pueda de la crispación y la violencia. En la sociedad tenemos que debatir hasta qué punto los condicionantes socioeconómicos que pueden conducir a un aborto son problemas estructurales y nos corresponde crear las condiciones para que esto no pase, a la sociedad en su conjunto, tenemos que debatir a fondo los condicionantes psicosociales que pueden conducir a un aborto y tenemos que educar a las nuevas generaciones para que las relaciones entre mujeres y varones sean máximamente respetuosas y libres. Los cristianos debemos participar en el debate público desde la concepción del bien común que nos es propia y desde los presupuestos de nuestra antropología teológica. A diferencia de otras antropologías contemporáneas, la antropología teológica cristiana no fundamenta la dignidad de la persona en una libertad indeterminada que es fin en sí misma, sino en una libertad indisociable del amor. A los cristianos nos corresponde anunciar el respeto a la vida como don de Dios y nos corresponde, sobre todo, predicar con el ejemplo el principio de esperanza asociado a la fe: la convicción profunda que la fuerza del amor es superior a toda violencia y que no hay ninguna circunstancia que justifique la desesperación.

A la Iglesia nos ha costado mucho aceptar que nuestra misión evangelizadora no puede llevarse a cabo sin el respeto a la libertad de conciencia. Debido a la íntima vinculación de la madre al hijo mientras éste no es viable fuera de ella, la decisión de abortar es indisociable de la autodeterminación de la madre, de su libertad personal. Esta vinculación única entre dos vidas hace que no se pueda salvar el hijo en contra de la voluntad de la madre sin violar la libertad personal de la madre.
Aquí radica desde el punto de vista teórico el punto neurálgico de la discusión sobre el aborto: ¿qué valor debemos dar a la libertad personal de la madre? Desde el punto de vista práctico no nos podemos limitar a defender el derecho de autodeterminación de la madre para que bajo este derecho teórico pueden proliferar las peores sumisiones y servidumbres. Hay que bajar a la realidad, que es compleja. Es allí donde nos espera Jesús.

Fuente: Foc Nou
Puede verse un debate sobre este tema


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