jueves, 10 de mayo de 2007

Los secretos ocultos de la industria del aborto

A menudo las personas pro-vida describen al proveedor de abortos como un cretino tramposo, sediento de dinero y mentiroso. Sin embargo, muchos de ellos no encajan bajo esta definición. Por ejemplo, el Dr. Anthony Levatino, de Albany, Nueva York, era un joven de apariencia respetable que llevaba ocho años practicando obstetricia y ginecología. Aunque nunca había recibido presión para hacerle practicar abortos, tampoco se le había ocurrido no hacerlos. No era algo que le gustara especialmente, pero como no tenía inconvenientes morales llevaba a cabo cientos de ellos. Pero no en un centro de abortos, sino en su oficina.

Otro abortista, el Dr. David Brewer, recuerda que cuando observó su primer aborto sintió una cierta convulsión. Según veía la materia ensangrentada bajar por el tubo de plástico y caer dentro del depósito, verificó que el aborto había sido completo. Poniendo el contenido sobre una toalla, el Dr. Brewer miró fríamente los llamados "tejidos" y pudo reconocer el pequeño omóplato con su bracito, algunas costillas y el pecho. También vio una pequeña cabecita, un pedazo de pierna y una mano diminuta.
"Fue como si me hubieran traspasado con un hierro ardiente", dijo el Dr. Brewer. Por aquel entonces el Dr. Brewer no era cristiano pero sí tenía conciencia y le molestaba. Sin embargo, hizo lo que muchos hacen con respecto a muchas cosas de la vida: nada. Cuando más adelante le llegó la hora de ejecutar su primer aborto, su corazón ya se había endurecido. Durante esos años practicó numerosos abortos salinos -provocando partos de lo que él llamaba "bebés como manzanas cocidas"- quemados y llagados por los efectos de las soluciones salinas. Pudo ver cómo algunos de esos bebés de cuatro y cinco meses luchaban y daban patadas durante algún tiempo antes de morir. Pero ya no le importaba.

El Dr. MacArthur Hill fue entrenado para ejecutar abortos en el ejército.
Este hombre de aspecto amable y simpático dijo ante el micrófono en una "Conferencia de Proveedores de Abortos": "Quiero proclamar que soy un asesino". Luego añadió: "Le he quitado la vida a bebés inocentes y los he arrancado de los úteros maternos con una potente bomba de vacío. Cuando eran demasiado grandes para poder usar este método, inyectaba una solución concentrada de sales en el saco amniótico para envenenarlos lenta y dolorosamente".

Al principio, practicar abortos durante el primer trimestre era fácil, porque el procedimiento es el mismo que se usa en el malparto, cuando los fetos están muertos y hay que sacarlos. Pero durante su segundo año como médico residente, Hill tuvo que hacer la rotación en patología y allí vaciar el contenido de los depósitos para buscar los miembros de los fetos destrozados entre una masa de tejidos humanos. Entre esos restos se identificaba claramente el cuerpo de un pequeño ser humano despedazado y mutilado; se sintió desasosegado pero continuó con los abortos. En algunos casos los bebés abortados eran mayores que los nacidos prematuramente que se hallaban en las incubadoras de la sala de cuidados intensivos.

El Dr. Hill comenzó a tener pesadillas. Una era frecuente: en ella atendía un parto normal y mostraba el bebé a un jurado de personas sin cara. Con los pulgares hacia arriba o hacia abajo indicarían lo que tendría que hacer con él. Los pulgares hacia abajo sería la señal para arrojarlo a un cubo lleno de agua. Nunca llego a arrojarlo porque siempre se despertaba en ese momento. Hill dejó de practicar abortos durante el segundo trimestre del embarazo, pero continuó practicándolos en el primero. Cuando comenzó su práctica privada continuó con los abortos con excepción de los que consideraba de simple elección privada; pero siempre encontraba una razón médica o alguna otra excusa.

Beverly MacMillan creía firmemente que toda mujer tenía "derecho" al aborto. Claro que ella no se dedicó al negocio de abortar sin saber lo que hacía. Cuando fue a estudiar a la universidad, decidió olvidar el cristianismo en que le habían educado.
Desde pequeña se había sentido atraída por la medicina, y escogió la ginecología y obstetricia como su especialidad.
En 1975 abrió la primera clínica de abortos en el Estado de Mississippi. La clínica "Servicios Sanitarios Familiares" estaba muy bien organizada. Inundada de trabajo, tuvo que formar a otros médicos para que la ayudaran en los abortos. A pesar de su éxito económico, McMillan comenzó a sufrir una fuerte depresión que la llevó a considerar el suicidio. Comenzó a leer el libro "El Poder del Pensamiento Positivo" del Dr. Norman Vincent Peale. Al final del capítulo primero había una lista de diez cosas que hacer para desarrollar una actitud positiva. Revisaba esa lista tranquilamente cuando llegó al número 7: "Afirmar diez veces al día que puedo hacerlo todo a través de Cristo que me da fuerzas". Durante diez días llevó consigo el libro a todas partes y finalmente una mañana en su automóvil se dijo a sí misma: "Muy bien, lo diré: Todo lo puedo a través de Cristoque me sostiene".
De repente se dio cuenta que no estaba sola en el automóvil. Comenzó a llorar y se sintió llena de gozo. Sin embargo, todavía pasaría algún tiempo antes de que abandonara la práctica de los abortos.

Otro caso fue Carol Everett, una feminista. Después de abortar ella misma, se metió en el negocio del aborto asociada a su antiguo jefe, que había establecido cuatro clínicas propias. Con los beneficios obtenidos, abrió varias clínicas para recibir clientes en Texas, Oklahoma y Louisiana. Tras incrementar los ingresos de sus socio extraordinariamente, Everett abrió su propia clínica y poco después la segunda. Sus clínicas llegaron a practicar hasta 500 abortos al mes. Su cambio radical se debió a un encuentro providencial. Su amistad con el hombre que limpiaba ventanas en su clínica de abortos, la llevó a entender que tenía que informar a otros de lo que sabía sobre el aborto desde el interior de esa industria.

Otra mujer de Texas que declaró sus experiencias con el aborto -la personal y la profesional- fue Nita Whitten. Feminista liberal, Whitten trabajaba como secretaria, asistente y contable del conocido abortador, Curtis Boyd. Whitten afirma que los que abortan, solo lo hacen por el dinero. Dicho doctor trajo a su firma un director de publicidad para entrenar a sus empleados en cómo vender abortos por teléfono. Nita se dio cuenta que su perspectiva ante la vida había comenzado a cambiar, desde el momento en que comenzó a trabajar en esa clínica. No le podía decir a su familia lo que estaba haciendo, porque se escandalizarían. Llegó a caer en una depresión, se volvió adicta a las drogas y pensó suicidarse. Gracias al amor y a las oraciones de alguien que trabajaba con ella, Whitten tuvo una conversión total y dejó definitivamente la industria del aborto.

Otras mujeres que habían trabajado en clínicas de aborto también contaron sus casos. Kathy Sparks, solía trabajar para un conocido abortador, el Dr. Héctor Zevallos.
Trabajaba en todos los aspectos de la clínica: en la llamada "orientación", ayudando en los exámenes médicos y en los abortos y en la sala de recuperación, donde las jóvenes a menudo tenían que sentarse en el suelo porque había tantos abortos que faltaban camas y sillones reclinables. Llegó a tal extremo de insensibilidad que ya ni le preocupaba tener que poner los cuerpos de los bebés en vasijas y mandarlas al laboratorio de patología. Algunas veces revolvía estos restos humanos para ver los pedazos flotar en la superficie. Aunque aparentemente no se sentía afectada, su vida privada se desmoronaba. Su matrimonio se deshacía, consumía drogas y su madre no quería tratarla. Un día fue a tomar el revolver de su marido, que era policía, para suicidarse. Al final no apretó el gatillo.

Debbie Henry trabajaba para un médico de abortos en Livonia, Michigan. Llevaba a cabo procedimientos médicos de rutina como exámenes, análisis de sangre, pruebas de embarazo, y ayudaba a convencer a las mujeres de que era más barato y más conveniente abortar que tener un bebé. Nunca informaba sobre alternativas al aborto. Los defensores pro-vida paseaban con regularidad frente a la clínica. Debbie los consideraba ridículos, yendo de un lado a otro con sus pancartas. Cuando salía para tomar su automóvil ni siquiera los miraba. Miraba hacia abajo, temerosa de que alguien le dijera algo. Pero con el tiempo se dio cuenta que aquella gente era muy amable. Una de los que protestaba, Lynn Mills, la invitó una vez a conversar con ella en un restaurante de la localidad. Después de una larga conversación, Debbie llegó a reconocer que el aborto estaba mal y le hacía daño a las mujeres, además de quitarle la vida a bebés inocentes. Acabaron siendo excelentes amigas durante años.

Lo mismo ocurrió con Joan Appleton, que era la principal enfermera en una clínica de abortos en Virginia. Debra Braun, una activista pro vida muy persistente la convenció para que dejara ese horrible trabajo. Joan, que se había estado involucrada en las actividades de NOW (Asociación Nacional de Mujeres), en Virginia, anunció durante su discurso frente a la convención estatal anual de esa organización que en el futuro no podría continuar participando en una organización que promovía el aborto. Inmediatamente se le pidió que abandonara la convención. Debra Braun y Joan Appleton ahora trabajan juntas en "Ministerios de Acción Pro vida" de St. Paul, MN.

Joy Davis Trabajaba como asistenta del Dr. Tommy Tucker, en su clínica de abortos en Alabama. Se dio cuenta que trabajar en una clínica de abortos le daba cierto prestigio que no había encontrado en otros empleos. Aunque no tenía la preparación para ejercer un empleo regular en un establecimiento médico, el Dr. Tucker la entrenó para hacer abortos.
Llegó a tener experiencia y hacerlos mejor que el médico, quien habitualmente terminaba con complicaciones. Un día el doctor cometió un error fatal y la mujer que abortaba murió de una hemorragia en su clínica después de abortar. La consiguiente depresión que le produjo, la hizo llamar a uno de los consultores pro vida que ya había visto con anterioridad marchando por la acera semana tras semana. Todos juntos se unieron a ella en oración y la ayudaron a encontrar consuelo en Cristo Jesús. Hoy día Joy colabora con otros ex-abortadores y ayuda a mujeres que han tenido abortos.

Helen Pendley era la directora de una clínica en Atlanta. Admite que antes miraba a los pacientes no como mujeres sino que las contabilizaba en dólares. Cuando su prometido le anunció que se había convertido al cristianismo, pensó que se había vuelto loco y se fue a ver al pastor de su prometido para advertirle que ella trabajaba en una clínica de abortos. El pastor, la trató con delicadeza y la invitó a que compartiera su situación con él. Fue el comienzo del fin de su implicación en el engranaje del aborto.

Luhra Tivis era una asistente en la conocida clínica de abortos del Dr. Tiller en Wichita, KS. Pronto se dio cuenta de que Tiller tenía la costumbre de falsificar los resultados de los ultrasonidos y las pruebas de embarazo, para practicar abortos en el último trimestre del feto. Además se horrorizaba de ver lo mal que trataban a las mujeres. Un día después de ayudar a Tiller a llevar al incinerador los despojos del día, Luhra no quiso aguantar más su trabajo. Informó de los embustes a las autoridades, pero éstas no intervinieron. Los voluntarios pro vida sí la hicieron caso y le pidieron que les detallara todo lo que había observado en la clínica de Tiller.
Su contacto con los voluntarios pro vida en Kansas influyeron en su conversión total y en su determinación de trabajar contra el aborto.

Dina Madsen era oficinista en una clínica de abortos en Sacramento, CA. Le molestaba tener que enfrentarse a los voluntarios pro vida en la calle. "Me condenaban por mi pecado", decía. Eventualmente tuvo que tomar una decisión. Dejó su trabajo y se hizo cristiana.

Mern Loehner era una feminista que había ayudado a la fundación de una sucursal de la asociación NOW en La Florida. Había tenido un aborto y más adelante perdió un hijo. Su vida era un enredo completo, pero conoció a una buena señora pro vida en una de las reuniones de NOW, que rezó por ella y la ayudó a tener confianza en Dios.

Todos los que practicaron colaboraron en abortos y se convirtieron en voluntarios pro vida, han tenido historias similares. En casi todos los casos el abortador fue atendido por algún voluntario pro vida que se interesó por él, mostrándole el valor de la vida y el perdón de Dios.

La Liga de Acción Pro vida (Pro-Life Action League) continuará invitando a los ex-proveedores de abortos a dar fe de sus experiencias personales con el aborto. Cada historia es en parte diferente y a la vez algo similar.
Seguiremos aprendiendo cómo tender la mano a los que se hallan atrapados por el aborto y los invitamos a que se unan a nosotros.

(Nota: Este texto es una traducción del artículo "Former Abortion Providers Reveal Industry Secrets", publicado en Pro-Life Action Newsen abril de 1996).

1 comentario:

Anónimo dijo...

Aborto = Crimen Abominable